FRAGMENTO DE (WILLIAM S. SHIRER) AMOR Y
ODIO. EL TORMENTOSO MATRIMONIO DE SONIA Y LEÓN TOLSTOI
Recomendó que la pareja se separara
hasta que Sonia se recuperase. Ella se mostró indignada. ¡No iba a
separarse de su marido, con el que llevaba viviendo cuarenta y ocho
años, por nada del mundo! Eso significaría simplemente entregarlo
en brazos de Chertkov.
Me han partido el alma, me han dejado
exhausta a base de torturas [escribió en su diario] y ahora han
llamado a los médicos: Nikitin y Rossolino. ¡Pobrecillos! No saben
cómo curar a alguien que ha sido mortalmente herido por todos lados.
Al principio, los médicos recomendaron que León se marchara en una
dirección y yo en otra: no sabían adónde. Después, cuando acepté
pero estallé en sollozos al ver que todo el objetivo de los que me
rodeaban era el de separarme de León Nikoláievich, los doctores,
ante mi impotencia, se pusieron a consultarse mutuamente
Le recomendaron que tomara baños,
caminase más y procurara no ponerse nerviosa. "De risa,
sencillamente": así calificó ella sus consejos. El día
siguiente empezó a tener sospechas sobre la razón por la que habían
convocado a los médicos. "¿Los habrán llamado", se
preguntó en su diario, "para que certificaran que estoy loca?"
En cualquier caso, consideró inútil su visita. Tolstói también.
Se alegró de ver marcharse a los médicos la mañana siguiente.
"Rossolino", escribió en su diario, "es
asombrosamente estúpido, pero de forma docta: no tiene remedio".
Ahora bien, el anciano tenía otra cosa
en que pensar y que le preocupaba. Dos días antes, el 17 de julio,
se había marchado a hurtadillas a hacer algo de lo que no se había
atrevido a hablar con su esposa. Chertkov había llegado a la
conclusión de que el testamento de Tolstói, redactado en su casa de
Kriékshino el año anterior, no era seguro. Había legado toda su
propiedad literaria a su hija Alexandra, que había accedido a
entregársela a Chertkov. Pero Sasha había estado delicada de salud
últimamente y Chertkov temía que, si fallecía antes que su padre,
el anciano nombrara heredera literaria a su esposa. Naturalmente,
Sonia nada sabía del contenido del testamento, si bien había
empezado a intuir su existencia. Chertkov quería que se cambiara el
testamento para que estipulase que, si Alexandra fallecía antes que
su padre, los derechos de autor, a la muerte de Tolstói, pasarían a
Tania, la hija mayor. Así se había hecho y entonces Tolstói se
trasladó a Teliátinki a firmar el nuevo testamento.
"He ido a casa de Chertkov",
anotó en su diario el 17 de julio.
"Todo ha ido bastante bien."
Pero Sonia sospechaba algo. Si su
marido, escribió en su diario el día siguiente, 18 de julio, le
había ocultado sus diarios, algo habría en ellos que consideraba
necesario ocultar. Cuando Tolstói regresó de ver a Chertkov, Sonia
le preguntó. ¿Le había sido infiel de algún modo? Cierto era que
se habían depositado los diarios de los diez últimos años en un
banco de Tula. Pero León seguía escribiendo su diario y a
diferencia de lo que hacía en otro tiempo no se lo enseñaba. ¿Qué
secretos estaba anotando en él? Su marido, dice, le aseguró que
nunca le había sido infiel.
¿Tendría Tolstói expresión de
culpabilidad cuando tranquilizó a su esposa? Acababa de regresar a
su casa cuando ya Chertkov estaba insistiéndole para que firmara
otro más, porque su abogado había considerado incorrecto el del 17
de julio. Según informaba al maestro, había omitido la necesaria
expresión jurídica de que, cuando había estampado su firma en él,
Tolstói estaba en su sano juicio y no le fallaba la memona.
De modo que hubo que organizar otra
reunión para que Tolstói firmara el testamento revisado. Tenía
miedo de volver a la casa de Chertkov, no fuera a ser que su esposa
lo siguiese. Cuando salió para su diario paseo en su caballo
favorito, Délire, Sonia no sintió particular recelo. No sabía que
él había concertado una reunión secreta en el bosque de Zasieka
con tres emisarios de Chertkov. Le iban a llevar el testamento
revisado para que lo copiara de su puño y letra y lo firmase. Eran
Goldenweiser, el pianista; Serguéienko, amigo íntitno de Chertkov;
y el secretario de éste, un joven llamado Radinski. Tolstói fue el
primero en llegar, se apostó en un montículo y esperó bastante
impaciente a los conspiradores, que se habían retrasado. Por fin
llegaron y Goldenweiser atisbó al anciano patriarca, que llevaba,
dice, una "blusa blanca [ ... ] y cuya larga barba ondeaba con
la brisa". Atravesaron un campo de rastrojos de centeno en busca
de un lugar en el que no fueran observados y se internaron en el
bosque. Pronto Goldenweiser descubrió un tocón de un árbol talado
y le pareció que sería un lugar adecuado para que Tolstói
escribiera. Con arreglo a la legislación rusa, la persona que hacía
testamento tenía que escribirlo de su puño y letra. Sentado en el
tronco, Tolstói empezó a escribir, a copiar la redacción de los
abogados. Pero en la penumbra del bosque no veía bien y pidió a
Goldenweiser que le dictara el texto.
"Parecemos conspiradores",
dijo en determinado momento, tras hacer una pausa, y después
concluyó el documento. Los otros lo comprobaron y encontraron una
falta de ortografía, pero, cuando Tolstói iba a corregirla,
Goldenweiser lo retuvo. Temía que cualquier corrección invalidara
el documento. De manera que Tolstói lo firmó tal como estaba y los
tres testigos pusieron su firma. En una sociedad en la que era
importante indicar la identidad de cada uno de los testigos,
Goldenweiser se calificó de "artista", Serguéienko de
"ciudadano" y el joven Radinski de "hijo de un
teniente coronel".
Cuando empezaron a montar en sus
caballos, Tolstói dijo: "¡Qué duro ha sido todo esto!"
Parecía sentirse culpable de expresar su última voluntad a espaldas
de su esposa y de sus hijos -excepto Sasha, que estaba al corriente-
y también de que él, que aborrecía la autoridad del Estado,
estuviera confirmando los principios que lo fundamentaban al escribir
un testamento legal y reglamentario que estaría sujeto a
autenticación por los tribunales del Estado una vez que él hubiera
desaparecido.
Tolstói debió de sentirse culpable,
porque en el testamento había vuelto a incumplir su promesa de
conceder a Sonia los derechos relativos a todo lo que había escrito
antes de 1881. En aquella redacción final legaba a Alexandra todo lo
que había escrito y pudiera escribir aún, incluidos "las obras
dramáticas, las traducciones, las revisiones, los diarios, las
cartas privadas, los borradores, los apuntes y las notas: en una
palabra, todo sin excepción".
Sonia y sus hijos quedaban
completamente al margen, pues, aunque dejaba todas sus obras a su
hija Alexandra, ésta había accedido a entregarlo todo a Chertkov.
Por si acaso había alguna duda al respeto, Chertkov se presentó el
día siguiente en Yásnaia Poliana e indujo a su mentor a firmar un
codicilo en el que declaraba que, a su muerte, se pondrían a
disposición de Chertkov todas las obras de Tolstói, sin excepción,
para que las preparara para su publicación y las editase como
gustara.
Sonia pensó que allí había gato
encerrado. El impresionable joven Bulgákov lo notó. "Me
asombró", escribió posteriormente, "la intuición de
Sofia Andréievna. Parecía sentir que algo espantoso e irreparable
había sucedido". Aquella noche escribió en su diario: "Sofia
Andréievna parece barruntar los problemas. Otra vez hay algo que le
desagrada y mantiene a toda la casa en estado de tensión, como si
esperara que algo fuera a estallar de forma angustiosa e inesperada.
[ ... ] Se encontraba en un estado espantoso, nerviosa y alterada, ha
estado descortés y hostil contodo el mundo".
Todo el mundo estaba tenso y abatido,
proseguía Bulgákov.
"Chertkov estaba más tieso que un
poste y con cara de mármol." Fue una noche terrible. En la
cena, cuenta Sonia, su marido se enfadó con ella, "alzó la voz
y empezó a decir cosas desagradables".
Años después, Sonia volvió a su
diario del 22 de julio y añadió en los márgenes: "León N.
escribió su testamento aquel día. [ ... ] Después de escribirlo,
ya no podía mirarme a los ojos con serenidad. Estaba irritable
conmigo y sospechaba que yo estaba hurgando entre sus papeles y
buscando algo. [ ... ] Estaba alterado por haber escrito el
testamento sin que lo supiera su familia".
Su nuevo martirio inspiró a Sonia la
decisión de marcharse. "He decidido marcharme, aunque sólo sea
por un período breve", escribió en su diario el 25 de julio.
El día anterior había oído de pasada a Tolstói y a Chertkov
hablar en voz baja en el despacho del escritor.
"¿Estás de acuerdo con lo que te
escribí?", había preguntado Tolstói. "Desde luego, estoy
de acuerdo", respondió Chertkov.
"¡Otra conspiración!",
confió Sonia a su diario. "¡Señor, tened piedad de nosotros!"
Cuando, según dice, pidió con
lágrimas en los ojos a León que le dijera de qué "acuerdo"
estaban hablando, "puso expresión hosca y lastimosa y se negó
con tozudez a decirme nada".
Tolstói confirmó en su diario del día
24 lo que había pasado:
No nos dejó en paz ni a Chertkov ni a
mí. [ ... ] Pero me levanté y le pregunté a éste si estaba de
acuerdo con lo que le había escrito. Ella acertó a oírme y me
preguntó a qué me refería. Le dije que prefería no contestar y se
marchó, alterada y nerviosa.
A partir de aquel día, escribió más
adelante su hijo Serguéi, empezó a sospechar que su marido había
escrito un testamento secreto. "Empezó", añadía, "a
descubrirlo de toda clase de formas". Esa búsqueda, llevada a
cabo espiándolo constantemente y fisgando en sus papeles -y el
rencor cada vez mayor que ese comportamiento inspiraba a Tolstói-,
condujo inexorablemente al capítulo final en la vida del gran
escritor.
En la mañana del 25 de julio, Sonia
empezó a hacer su equipaje.
Aún no había decidido adónde ir: tal
vez simplemente a un hotel de Tula o a su casa de Moscú, que
llevaban años sin habitar. Sacó de su gaveta su pasaporte, un
revólver, una ampolla de opio, unos cuantos rublos y "material
de escritura", según dice, y se preparó para marcharse. Pero
primero tenía que escribir una carta a su marido para explicarle por
qué se iba y después, naturalmente, un comunicado a la prensa.
Quería que los periódicos supieran la verdad sobre por qué
abandonaba a su marido, con el que había vivido cuarenta y ocho
años. Sasha, ante la cual acudirían los periodistas, no iba a decir
la verdad. La otra noche, sin ir más lejos, le había escupido. Como
tampoco iba a contar su marido la versión de ella sobre la historia:
sólo la de él.
A León le escribió lo siguiente:
¡Adiós, Liovochka!
Gracias por mi antigua felicidad. Me
has sustituido por Chertkov. Los dos acordasteis algo en secreto. [
... ] Los médicos me recomendaron que me marchara y ahora lo hago y
tú tienes toda la libertad del mundo para concebir secretos y
celebrar reuniones con Chertkov. Pero yo no puedo soportar ni ver
nada de eso por más tiempo. No puedo. [ ... ] Me he agotado a base
de celos, sospechas y pesar, porque te me han robado para siempre. [
... ]
Escupida por mi hija y rechazada por mi
marido, abandono mi hogar durante el tiempo que Chertkov ocupe mi
lugar y no regresaré hasta que él se haya ido. [ ... ] Que te vaya
bien y que seas feliz con tu amor cristiano a Chertkov y a toda la
Humanidad... con la única excepción, a saber por qué, de tu
desdichada esposa.
Para el comunicado de prensa ella misma
escribió el titular: "Se pueden verificar los hechos en el
sitio". Y conviene señalar que escribió una crónica animada,
periodística, pero sin la menor objetividad, y que su ingenuidad
resultó conmovedora.